Además de
las botellas, Doc Meriwether ofrecía un tratamiento especial en su apartamento
para todos aquellos que querían sacarse la tenia y tenían prisa, pagando un
precio extra por esto.
El éxito
del tratamiento especial era el hecho de tener principalmente la escena
correcta y los accesorios preparados. Lo más importante era tener patata a
mano. Se pelaba la piel de manera que pareciera una tenia. En una espiral
entera que se mojaba en agua y goteaba. El tazón con la piel de patata
cuidadosamente oculta, estaba en la habitación oscura.
Cuando
llegaba el paciente, primero era tratado en una habitación exterior. De manera
que la mezcla era más potente: el ingrediente mayor era un tipo de sal. Se le
permitía al paciente reclinarse en un sofá mientras la medicina hacia efecto.
Luego, era introducido en la habitación oscura.
Tan
pronto como la dosis había actuado, era introducido en la habitación exterior.
Esta era mi labor. Yo iba a buscar previamente el cuenco preparado con la piel
de patata y lo llevaba a la habitación exterior, dándoselo a Doc Meriwether.
“¡Hay
está mi amigo!” – Doc debería decir, enseñando el cuenco.
“¡Es tu
tenia! Parece como una cosa extraña, ¿no es cierto?”
Cada
víctima de este fraude quedaba profundamente impresionada. Nadie nunca hizo
preguntas. La víctima pagaba la tarifa de 10$ y se iba con el sentimiento de
que había sido beneficiado. Puede ser que fuera así.
Para él
se le había hecho una gran limpieza, en muchos más sentidos que en uno.
Durante
mis viajes con Doc Meriwether, conocí a un comerciante itinerante. El parecía
ser un individuo muy próspero. Me dijo que él había vivido en Chicago. Cuando
yo volví al siguiente invierno, me lo encontré. Detrás de una jarra de cerveza,
él me explicaba cómo fue capaz de hacer la mayoría del dinero durante sus
viajes de verano para vivir durante todo el año. Me invitó a juntarme con él la
siguiente primavera.
Él era un
comerciante que viajaba el cual vendía varios accesorios para granjeros que
tenían pequeñas tierras. Pero yo tenía mis propias ideas, aunque yo no le dije
a mi socio esto. No era mi intención crear competencia entre granjeros para
sacar un pequeño beneficio de ellos. Antes de dejar Chicago, compré unas
determinadas cantidades de los accesorios que necesitábamos, además de algunos
accesorios de muestrario que mi socio llevaba.
Una vez
en la carretera, le expliqué mis planes. Él creyó en lo que yo le decía. Tan
pronto como alcanzamos la sección de los granjeros, empezamos a poner la
táctica en práctica.
Entre los
accesorios que mi socio vendía, había una revista que se llamaba Corazón y
Casa, creo. Seleccionada exclusivamente con fines bucólicos, esto fue uno de
los grandes favoritos cuando tratábamos con los amigos rurales y no era difícil
de vender. La subscripción por año era de 25 centavos; la reducción en la
tarifa estaba en qué si te subscribías 6 años, te costaba 1$. Mi socio me
permitió con la mitad del dinero y generalmente estaba satisfecho de vender
subscripciones de 1 año en cada granja.
Yo le
propuse hacer el discurso hasta que él hubiera entendido el tema.
Él estaba
muy satisfecho. Posteriormente, lo introdujo en la casa de los granjeros.
“¿Cómo
está usted, señor?”- yo decía al granjero que respondía a la puerta. “Yo
represento a un periodista de la vida rural, de la revista Corazón y Casa.
Estoy seguro que usted lo ha adquirido”.
Le
enseñaba una copia y se la ofrecía.
“Esta es
una revista para los amigos de las mujeres”, él respondía.
“Mi
esposa puede ser que la quiera. ¿Cuánto cuesta?”
“Solo 25
centavos por año, señor”
“Espere
hasta que yo llame a la dueña”
En este
momento el granjero volvía con su esposa, tenía el factor decisivo fuera de la
bolsa.
“Sí, me
gustaría tenerla por 1 año”, la mujer del granjero dijo: “Dale a este hombre
joven 25 centavos”.
“Señora”,
decía.
“Tengo
una oferta especial que hacerle. Por un tiempo limitado solamente, con una
subscripción de 6 años al precio especial de 1$ y medio, y estamos dando
aparte, absolutamente gratis, un set de cubertería”
Yo había
envuelto el regalo. Era una caja que contenía 6 brillantes cucharas.
“Estas
cucharas de plata, señora”, continuaba mientras ella se admiraba.
“Bien
valen el precio de la subscripción. Como puede ver es plata brillante”
Los ojos
de las mujeres brillaban cuando tocaban las cucharas con sus propias manos.
“Eran
realmente hermosas”, decían.
Entonces
un parpadeo de sospecha atravesaba su cara.
“Pero si
son realmente de plata, valen más de lo que usted está pidiendo sin la revista.
¿Cómo…?”
“Cierto,
señora”, decía rápidamente.
“Pero los
editores desean introducir esta revista dentro de cada granja en América. Esa
es la razón de esta extraordinaria oferta de introducción. Desde luego, ellos
perderán dinero en la transacción, pero esto será bueno para usted, lo cual nos
llevará a tener más lectores y más publicidad”
“Es
cierto mujer”, decía el granjero.
“Los
periódicos hacen su dinero con la publicidad”
La venta
se completaba rápidamente y yo tomaba nota del nombre y dirección de la señora,
dándole un recibo por su subscripción. Yo también le daba media docena de
cucharas.
Pero mi
negocio no acababa ahí.
“Incidentalmente”,
decía sacando del interior de mi bolsillo y limpiándome las gafas.
“Cuando
ustedes vinieron a la presentación en la plaza, mi socio y yo encontramos estas
gafas. ¿Saben de alguien en la comunidad que lleve gafas como estas?”
“No, no
puedo decir que conozco a alguien”, contestó el granjero tomando mis gafas.
“Pues muy
mal”, le dije reprochándoselo.
“Si yo
encontrara al propietario, se las devolvería. Parecen unas gafas caras. Me
imagino a la persona que las ha perdido que pagaría 3 o 4 $ de recompensa por
la devolución”
Mientras
estaba hablando, el granjero se probó las gafas. Se dio cuenta que eran una réplica
de las de la revista que yo le había dado impresa y rápidamente comprendió.
Probablemente él intentaría conseguir un par de gafas la próxima vez que
volviera a la ciudad. Miró la montura, la cual parecía ser de oro sólido.
Parecían caras.
“Te diré
lo que yo voy a hacer”, propuso.
“Te daré
3$ y guardaré las gafas. Y miraré y buscaré al propietario, puesto que tú no
tienes tiempo y ni eres capaz de hacer una búsqueda completa”
“Eso es correcto,
estoy de acuerdo”
“Yo no
puedo ir casa por casa preguntando quien ha perdido un par de gafas”
De manera
que yo tomé los 3$ y él se quedó con las gafas. Naturalmente, él no tenía la
intención de buscar al propietario (no más de lo que yo lo había hecho). Como
ocurre de hecho, él estaba muy ansioso de mantenerme en calma, y yo me marché.
Por el momento, él no había descubierto que la montura era barata, que las
lentes no eran nada más que vidrio. Si él se tomaba la molestia de preguntar,
podía encontrar un duplicado de las gafas en la ciudad por 25 centavos.
Su buena
mujer pronto aprendió que las preciosas cucharas de plata que yo le había dado
eran metal barato. Yo las había comprado antes de dejar Chicago por 1 céntimo
cada una. El beneficio neto de la venta estaba alrededor de los 3$ y medio, de
manera que me figuro que el granjero podía haber aprendido una buena lección de
honestidad. Él había pagado por las gafas porque pensaba que obtendría algo
caro por una fracción del valor real. Su esposa había pensado que él había conseguido
algo a cambio de nada.
Este
deseo que conseguir algo a cambio de nada había sido muy costoso a mucha gente
a la cual yo le había vendido cosas y con otros timadores. Pero yo me di cuenta
de que este es el modo en que funciona. El porcentaje de personas, en mi
estimación, es 99% animal y 1% humano. El 99% de ese animal te causa pequeños
problemas. Pero el 1% de ese humano nos causa todas nuestras calamidades. Cuando
la gente entiende de que no pueden conseguir algo a cambio de nada, el crimen
disminuirá y todos viviremos en una gran armonía.
Mi socio,
rápidamente me cogió. Y ambos trabajamos muchas veces este timo durante nuestro
viaje. Había muchas variaciones de la rutina y teníamos que estar listos para
responder muchas preguntas. Pero cada uno de nosotros hacia unas 10 ventas por
día, 35$ de beneficio. Eso es más de lo que yo había hecho en una semana entera
en Chicago.
Como
norma, nosotros trabajábamos una comunidad entera. Mi socio me dejaba con la
primera granja y él se iba 1 milla o 2 por el otro extremo de la carretera. Yo
continuaba hacia adelanta mientras él volvía hacia atrás. Llamábamos a cada
casa hasta que nos encontrábamos. Y entonces continuábamos nuestro camino.
Entiendo
que puede parecer esto un viejo timo. Lo es. Yo lo estoy diciendo porque yo fui
el hombre que lo inventó. Mi socio y yo lo trabajamos con éxito a través de las
granjas de Illinois, Iowa y Wisconsin.
Para mí,
fue de manera de retroceder. Mientras mi socio iba de casa en casa en su
pequeño coche, yo tenía que atravesar la polvorienta carretera con mi bolsa. A
lo mejor, aunque yo gozaba de buena salud, era frágil y este constante caminar
me hacía sentir muy cansado.
Entre los
artículos que yo había traído conmigo desde Chicago, había una cantidad de
relojes de bolsillo. Eran de oro plateado y estampado sobre el dorso ponía 14 quilates.
Yo había pagado 1,98$ por cada uno, eran realmente buenas piezas. Lo que, es
más, eran productos legítimos. En esos días (1899) no había una legislación que
prohibiese a los fabricantes estampar nada que ellos quisieran sobre relojes y
joyería.
Desde
luego, yo los vendí por mucho más de lo que los conseguí, más o menos por 50$.
No había nada que el comprador pudiera hacer. Cierto, él tenía que pagar mucho más
por el reloj que por su valor real, pero en esos tiempos la ley no mantenía los
ojos muy abiertos. La víctima tenía que sufrir en silencio y cargar su pérdida
en nombre de la experiencia.
Un día yo
fui a una granja en la que el propietario necesitaba mucho más que un reloj.
Pero él estuvo regateando mucho. Tan pronto como le ofrecí venderle el reloj,
él empezó a pujar. Finalmente acepté un caballo y de mal humor a cambio del
reloj. El granjero pensó que había hecho una buena compra. El caballo era un jamelgo
y tenía casi que sobrevivir a su utilidad.
Pero el
apaño me sirvió para mi propósito. Ahora yo podía cabalgar durante el resto del
verano. Estoy seguro que el granjero le diera un buen servicio a mi reloj tanto
como yo lo hice con su jamelgo.
Por el
momento el verano se estaba acabando y nosotros teníamos que concluir nuestra
excursión, estaba cansado de la vida rural. De manera que disolví nuestra
sociedad y con una considerable inversión volví a Chicago.
Hasta el próximo mes, amigos.
F. Amílcar Riega i Bello