miércoles, 21 de junio de 2017

YELLOW KID WEIL - FINAL

Además de las botellas, Doc Meriwether ofrecía un tratamiento especial en su apartamento para todos aquellos que querían sacarse la tenia y tenían prisa, pagando un precio extra por esto.
El éxito del tratamiento especial era el hecho de tener principalmente la escena correcta y los accesorios preparados. Lo más importante era tener patata a mano. Se pelaba la piel de manera que pareciera una tenia. En una espiral entera que se mojaba en agua y goteaba. El tazón con la piel de patata cuidadosamente oculta, estaba en la habitación oscura.
Cuando llegaba el paciente, primero era tratado en una habitación exterior. De manera que la mezcla era más potente: el ingrediente mayor era un tipo de sal. Se le permitía al paciente reclinarse en un sofá mientras la medicina hacia efecto. Luego, era introducido en la habitación oscura.
Tan pronto como la dosis había actuado, era introducido en la habitación exterior. Esta era mi labor. Yo iba a buscar previamente el cuenco preparado con la piel de patata y lo llevaba a la habitación exterior, dándoselo a Doc Meriwether.
“¡Hay está mi amigo!” – Doc debería decir, enseñando el cuenco.
“¡Es tu tenia! Parece como una cosa extraña, ¿no es cierto?”
Cada víctima de este fraude quedaba profundamente impresionada. Nadie nunca hizo preguntas. La víctima pagaba la tarifa de 10$ y se iba con el sentimiento de que había sido beneficiado. Puede ser que fuera así.
Para él se le había hecho una gran limpieza, en muchos más sentidos que en uno.
Durante mis viajes con Doc Meriwether, conocí a un comerciante itinerante. El parecía ser un individuo muy próspero. Me dijo que él había vivido en Chicago. Cuando yo volví al siguiente invierno, me lo encontré. Detrás de una jarra de cerveza, él me explicaba cómo fue capaz de hacer la mayoría del dinero durante sus viajes de verano para vivir durante todo el año. Me invitó a juntarme con él la siguiente primavera.
Él era un comerciante que viajaba el cual vendía varios accesorios para granjeros que tenían pequeñas tierras. Pero yo tenía mis propias ideas, aunque yo no le dije a mi socio esto. No era mi intención crear competencia entre granjeros para sacar un pequeño beneficio de ellos. Antes de dejar Chicago, compré unas determinadas cantidades de los accesorios que necesitábamos, además de algunos accesorios de muestrario que mi socio llevaba.
Una vez en la carretera, le expliqué mis planes. Él creyó en lo que yo le decía. Tan pronto como alcanzamos la sección de los granjeros, empezamos a poner la táctica en práctica.
Entre los accesorios que mi socio vendía, había una revista que se llamaba Corazón y Casa, creo. Seleccionada exclusivamente con fines bucólicos, esto fue uno de los grandes favoritos cuando tratábamos con los amigos rurales y no era difícil de vender. La subscripción por año era de 25 centavos; la reducción en la tarifa estaba en qué si te subscribías 6 años, te costaba 1$. Mi socio me permitió con la mitad del dinero y generalmente estaba satisfecho de vender subscripciones de 1 año en cada granja.
Yo le propuse hacer el discurso hasta que él hubiera entendido el tema.
Él estaba muy satisfecho. Posteriormente, lo introdujo en la casa de los granjeros.
“¿Cómo está usted, señor?”- yo decía al granjero que respondía a la puerta. “Yo represento a un periodista de la vida rural, de la revista Corazón y Casa. Estoy seguro que usted lo ha adquirido”.
Le enseñaba una copia y se la ofrecía.
“Esta es una revista para los amigos de las mujeres”, él respondía.
“Mi esposa puede ser que la quiera. ¿Cuánto cuesta?”
“Solo 25 centavos por año, señor”
“Espere hasta que yo llame a la dueña”
En este momento el granjero volvía con su esposa, tenía el factor decisivo fuera de la bolsa.
“Sí, me gustaría tenerla por 1 año”, la mujer del granjero dijo: “Dale a este hombre joven 25 centavos”.
“Señora”, decía.
“Tengo una oferta especial que hacerle. Por un tiempo limitado solamente, con una subscripción de 6 años al precio especial de 1$ y medio, y estamos dando aparte, absolutamente gratis, un set de cubertería”
Yo había envuelto el regalo. Era una caja que contenía 6 brillantes cucharas.
“Estas cucharas de plata, señora”, continuaba mientras ella se admiraba.
“Bien valen el precio de la subscripción. Como puede ver es plata brillante”
Los ojos de las mujeres brillaban cuando tocaban las cucharas con sus propias manos.
“Eran realmente hermosas”, decían.
Entonces un parpadeo de sospecha atravesaba su cara.
“Pero si son realmente de plata, valen más de lo que usted está pidiendo sin la revista. ¿Cómo…?”
“Cierto, señora”, decía rápidamente.
“Pero los editores desean introducir esta revista dentro de cada granja en América. Esa es la razón de esta extraordinaria oferta de introducción. Desde luego, ellos perderán dinero en la transacción, pero esto será bueno para usted, lo cual nos llevará a tener más lectores y más publicidad”
“Es cierto mujer”, decía el granjero.
“Los periódicos hacen su dinero con la publicidad”
La venta se completaba rápidamente y yo tomaba nota del nombre y dirección de la señora, dándole un recibo por su subscripción. Yo también le daba media docena de cucharas.
Pero mi negocio no acababa ahí.
“Incidentalmente”, decía sacando del interior de mi bolsillo y limpiándome las gafas.
“Cuando ustedes vinieron a la presentación en la plaza, mi socio y yo encontramos estas gafas. ¿Saben de alguien en la comunidad que lleve gafas como estas?”
“No, no puedo decir que conozco a alguien”, contestó el granjero tomando mis gafas.
“Pues muy mal”, le dije reprochándoselo.
“Si yo encontrara al propietario, se las devolvería. Parecen unas gafas caras. Me imagino a la persona que las ha perdido que pagaría 3 o 4 $ de recompensa por la devolución”
Mientras estaba hablando, el granjero se probó las gafas. Se dio cuenta que eran una réplica de las de la revista que yo le había dado impresa y rápidamente comprendió. Probablemente él intentaría conseguir un par de gafas la próxima vez que volviera a la ciudad. Miró la montura, la cual parecía ser de oro sólido. Parecían caras.
“Te diré lo que yo voy a hacer”, propuso.
“Te daré 3$ y guardaré las gafas. Y miraré y buscaré al propietario, puesto que tú no tienes tiempo y ni eres capaz de hacer una búsqueda completa”
“Eso es correcto, estoy de acuerdo”
“Yo no puedo ir casa por casa preguntando quien ha perdido un par de gafas”
De manera que yo tomé los 3$ y él se quedó con las gafas. Naturalmente, él no tenía la intención de buscar al propietario (no más de lo que yo lo había hecho). Como ocurre de hecho, él estaba muy ansioso de mantenerme en calma, y yo me marché. Por el momento, él no había descubierto que la montura era barata, que las lentes no eran nada más que vidrio. Si él se tomaba la molestia de preguntar, podía encontrar un duplicado de las gafas en la ciudad por 25 centavos.
Su buena mujer pronto aprendió que las preciosas cucharas de plata que yo le había dado eran metal barato. Yo las había comprado antes de dejar Chicago por 1 céntimo cada una. El beneficio neto de la venta estaba alrededor de los 3$ y medio, de manera que me figuro que el granjero podía haber aprendido una buena lección de honestidad. Él había pagado por las gafas porque pensaba que obtendría algo caro por una fracción del valor real. Su esposa había pensado que él había conseguido algo a cambio de nada.
Este deseo que conseguir algo a cambio de nada había sido muy costoso a mucha gente a la cual yo le había vendido cosas y con otros timadores. Pero yo me di cuenta de que este es el modo en que funciona. El porcentaje de personas, en mi estimación, es 99% animal y 1% humano. El 99% de ese animal te causa pequeños problemas. Pero el 1% de ese humano nos causa todas nuestras calamidades. Cuando la gente entiende de que no pueden conseguir algo a cambio de nada, el crimen disminuirá y todos viviremos en una gran armonía.
Mi socio, rápidamente me cogió. Y ambos trabajamos muchas veces este timo durante nuestro viaje. Había muchas variaciones de la rutina y teníamos que estar listos para responder muchas preguntas. Pero cada uno de nosotros hacia unas 10 ventas por día, 35$ de beneficio. Eso es más de lo que yo había hecho en una semana entera en Chicago.
Como norma, nosotros trabajábamos una comunidad entera. Mi socio me dejaba con la primera granja y él se iba 1 milla o 2 por el otro extremo de la carretera. Yo continuaba hacia adelanta mientras él volvía hacia atrás. Llamábamos a cada casa hasta que nos encontrábamos. Y entonces continuábamos nuestro camino.
Entiendo que puede parecer esto un viejo timo. Lo es. Yo lo estoy diciendo porque yo fui el hombre que lo inventó. Mi socio y yo lo trabajamos con éxito a través de las granjas de Illinois, Iowa y Wisconsin.
Para mí, fue de manera de retroceder. Mientras mi socio iba de casa en casa en su pequeño coche, yo tenía que atravesar la polvorienta carretera con mi bolsa. A lo mejor, aunque yo gozaba de buena salud, era frágil y este constante caminar me hacía sentir muy cansado.
Entre los artículos que yo había traído conmigo desde Chicago, había una cantidad de relojes de bolsillo. Eran de oro plateado y estampado sobre el dorso ponía 14 quilates. Yo había pagado 1,98$ por cada uno, eran realmente buenas piezas. Lo que, es más, eran productos legítimos. En esos días (1899) no había una legislación que prohibiese a los fabricantes estampar nada que ellos quisieran sobre relojes y joyería.
Desde luego, yo los vendí por mucho más de lo que los conseguí, más o menos por 50$. No había nada que el comprador pudiera hacer. Cierto, él tenía que pagar mucho más por el reloj que por su valor real, pero en esos tiempos la ley no mantenía los ojos muy abiertos. La víctima tenía que sufrir en silencio y cargar su pérdida en nombre de la experiencia.
Un día yo fui a una granja en la que el propietario necesitaba mucho más que un reloj. Pero él estuvo regateando mucho. Tan pronto como le ofrecí venderle el reloj, él empezó a pujar. Finalmente acepté un caballo y de mal humor a cambio del reloj. El granjero pensó que había hecho una buena compra. El caballo era un jamelgo y tenía casi que sobrevivir a su utilidad.
Pero el apaño me sirvió para mi propósito. Ahora yo podía cabalgar durante el resto del verano. Estoy seguro que el granjero le diera un buen servicio a mi reloj tanto como yo lo hice con su jamelgo.

Por el momento el verano se estaba acabando y nosotros teníamos que concluir nuestra excursión, estaba cansado de la vida rural. De manera que disolví nuestra sociedad y con una considerable inversión volví a Chicago.


Hasta el próximo mes, amigos.

F. Amílcar Riega i Bello